El pecado original cometido por Adán y Eva, fue un pecado de orgullo, motivado en la desobediencia y desconfianza, siendo la causa de todos los males que padece la humanidad.
Pecado es la ruptura del orden espiritual establecido por Dios, que está basado en el amor por una intrincada malla de leyes espirituales que sostienen y regulan todas las leyes naturales.
Por medio del orgullo, el espíritu se independiza del proyecto de Dios, para hacer un mundo interior que difiere de la realidad. Esta realidad propia la va construyendo con razonamientos permanentes, convirtiéndose en una usina de pensamientos, ideas, sugestiones, que al no estar basados sobre leyes espirituales, con el tiempo se derrumba como un castillo de arena.
En los elementos naturales de las cosas con las que nos relacionamos, están incluidas las leyes espirituales que las rigen, por este motivo los juicios tienen cierta base de sustento en la verdad.
Esto brinda cierta credibilidad que el orgullo lo toma por certeza, transformándose en una utópica seguridad.
En este plano de seguridades subjetivas que brinda la razón, no puede entrar el de la fe, porque ésta no está regida por la razón, sino que es un don que germina en el corazón.
Por medio de la razón la fe encuentra su justificación y desarrollo, pero si ella tiene sometido al espíritu, éste no tiene posibilidad de analizar la fe, está ciego y sordo.
Aquí es donde entra a jugar el papel de la Gracia, por medio del Espíritu Santo, que busca caminos, oportunidades, para tener opciones libres, que permitan liberar al espíritu de la prisión a la que está sometido.
Las carencias afectivas y heridas emocionales hacen cerrar el corazón, por lo cual como medida defensiva la razón va ocupando un lugar que debería ser transitorio, pero al persistir la causa originaria, la razón sigue tiranizando.
El corazón se revela con frecuencia, pero las heridas lo condicionan a una vida dolorosa, por este motivo sale al rescate y auxilio la razón.
De esta manera el espíritu se va transformando en orgulloso, y se convierte en ciego y sordo a las llamadas que el Señor le hace a través del Espíritu Santo.
El racionalismo llega a transformarse en un dios, por lo cual impide al Espíritu Santo obrar según el deseo amoroso y misericordioso de Dios.
La razón es autosuficiente: no necesita de nada ni de nadie, al extremo de que en la egolatría llega hasta negar su dependencia fisiológica. Esto es el suicidio.
Por medio del Espíritu Santo, el Señor da infinitas oportunidades; además en los corazones más rebeldes, antes de ejercer su justicia, agota “todos” los recursos de su misericordia, de tal manera que se condenan los que realmente eligen libremente ese destino.
Siempre existen infinitos recursos providenciales que Dios agota para atraer a la oveja descarriada, abandonando a las noventa y nueve, la va a buscar, cura sus heridas y la carga sobre sus hombros.
Lo que el divino médico (Jesús=Dios Sana-Dios Salva) necesita, es que la oveja se reconozca herida, para que la pueda curar, porque vino para los enfermos y no para los que se consideran sanos.
El Señor a todos nos concede dones (herramientas espirituales) para construir la Iglesia (En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común. 1Co 12.7). Pero no todos responden de la misma manera. Como él conoce la respuesta de cada uno antes de que esta se concrete, exige una fe proporcional a la voluntad y disposición en responder a ella.
Por este motivo a algunos les exige más fe que a otros, porque su potencial respuesta será proporcional a los dones que posteriormente les concederá.
Si bien esa exigencia implica dificultades y padecimientos, estos no guardan relación con las compensaciones por medio de la paz, gozo y alegría espiritual; las primeras son reales, pero las segundas son muy superiores.
Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara de la orilla; después se sentó, y enseñaba desde la barca. Cuando terminó de hablar dijo a Simón: Navega mar adentro, y echen las redes. Simón le respondió: Maestro, hemos trabajado toda la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices echaré las redes. Así lo hicieron y sacaron tal cantidad de peces que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador. El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido. Pero Jesús dijo a Simón: No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres. Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron. Lc 5.3-11
Al comienzo de su vida pública, Jesús al elegir a Pedro, se presenta testimoniando su divinidad, concediéndole el don de la fe.
Si Pedro hubiera sido orgulloso en ese momento, como la mayoría de nosotros, utilizando un lenguaje intencionalmente irrespetuoso para escenificar este hecho, le habría respondido: Maestro, tú sabrás mucho de la Ley y de los Profetas, pero a mí no me vas a enseñar a pescar, porque mi madre me tuvo sobre una barca, aprendí a nadar antes que a caminar, desde niño jugaba con los peces y conozco todo lo que hay que conocer. La noche es el momento del pique de los peces, y no durante el día, así que no me vengas a dar clase de pesca, “maestruli”.
El orgullo produce rechazo espiritual, como un cortocircuito eléctrico, que no deja pasar la electricidad (el amor de Dios). Por el contrario, la humildad es receptiva, por este motivo cuando Pedro responde a Jesús, está haciendo un acto de fe humana en la persona “humana” de Jesús.
Digo fe humana, porque si bien su corazón estaba dispuesto, todavía no conocía la vida del espíritu y la persona “humana” de Jesús, porque aún no se le había revelado como hombre-Dios.
Este milagro para Pedro es mucho más grande que para cualquier otra persona, porque tocó las fibras más íntimas de su orgullo de eximio pescador. Jesús eligió intencionalmente manifestar su divinidad de esta manera para liberar su espíritu, sofocado por la razón, lo que permitió el pleno acto de fe.
Cuando reconoció su divinidad (implícitamente), tuvo miedo; esa es la primera impresión que causa a nuestra humanidad, por la conciencia del propio pecado. Además confirmó su fe (explícitamente) al reconocerse pecador.
Jesús preguntó a sus discípulos: ¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es? Ellos le respondieron: Unos dicen que es Juan el Bautista; y otros, Jeremías o algunos de los profetas. Y ustedes, les preguntó, ¿quién dice que soy? (16:) Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y Jesús le dijo: Feliz de ti Simón, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Desde aquel día, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. (22:) Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá. Pero él, dándose vuelta dijo a Pedro: ¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás!. Tu eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres. Mt 16. 13-17, 21-23
¿Cómo se puede comprender que en el verso 16, Pedro reconoció a Jesús como el Hijo de Dios, recibiendo el elogio de Jesús, y en el 22, Pedro lo reprendió, oponiéndose a los designios de Dios?
Al hacer el acto de fe, permitimos al corazón poder escuchar lo que Dios nos quiere decir, y al razonar nos apoyamos en nuestros criterios desplazándola. De esta manera por la razón entra Satanás en su lugar.
Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños. Enseguida, Jesús obligó a sus discípulos a que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo. La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. Es un fantasma, dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús le dijo: Tranquilícense, soy yo; no teman. Entonces Pedro le respondió: Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua. Ven, le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: Señor, sálvame. Enseguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?. En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios. Mt 14.19-33
La versión del evangelista Marcos agrega: Luego subió a la barca con ellos y el viento se calmó. Así llegaron al colmo de su estupor, porque no habían comprendido el milagro de los panes y su mente estaba enceguecida. Mc 6.51-52
Otro texto. Los discípulos discuten entre sí, porque se habían olvidado de llevar pan y no tenían más que un pan en la barca. Jesús se dio cuenta y les dijo: ¿A qué viene esa discusión porque no tienen pan?¿Todavía no comprenden ni entienden? Ustedes tienen la mente enceguecida. Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen. ¿No recuerdan cuantas canastas llenas de sobras recogieron, cuando repartí cinco panes entre cinco mil personas? Ellos le respondieron: Doce. Y cuando repartí siete panes entre cuatro mil personas, ¿cuántas canastas llenas de trozos recogieron? Ellos le respondieron: Siete. Entonces, Jesús les dijo: ¿Todavía no comprenden?. Mc 8.14-21
Los apóstoles que convivían con Jesús eran testigos privilegiados de todos sus milagros, signos y prodigios, pero pese a ello les costaba mucho poder comprenderlo. ¿por qué les sucedía eso?
El pecado cometido por Adán y Eva originó una ruptura del orden espiritual en toda la creación. En el hombre se manifiesta en la independencia entre la razón y el espíritu.
Esta ruptura, en el hombre, es subsanada por el sacramento del Bautismo, pero queda como secuela una tendencia viciada (debilidad espiritual) a caer en la independencia de la razón que se opone al espíritu humano, y con mayor razón aún al Espíritu Santo.
Para seguir el camino de la fe hay que luchar contra esta tendencia, pero desde lo humano se hace imposible. Para subsanar esta dificultad Dios dispone providencialmente el auxilio de la Gracia. Dios proyectó un camino de fe único e irrepetible para cada uno de sus hijos, que se va construyendo en base a las respuestas, de las mociones e inspiraciones del Espíritu Santo en los corazones. Estas respuestas son posibles por obra de la Gracia, que es proporcional en tiempo y forma al amor que guían las acciones, pensamientos y sentimientos.
Por este motivo, cuando Jesús multiplicó los panes no lo comprendieron porque su mente estaba enceguecida (Mc 6.52) por el orgullo, que se expresa en el apoyo total sobre la razón.
Para sacarlos de la ceguera espiritual, haciéndolos crecer en la fe, produjo un hecho muy fuerte en el que incluyó el temor a la muerte a través del hundimiento de la barca por el viento y las olas. Ante ese temor, la aparición de Jesús que caminaba sobre el agua como un fantasma, los llevó a un estado de excitación que provocó la paralización de la razón, para dar lugar a la fe.
Además puso en el corazón de Pedro el deseo de acercarse al Señor que caminaba sobre el agua, para poder culminar con la enseñanza: Hombre de poca fe: ¿por qué dudaste? Mt 14.31
Esta expresión es para decirle a él y fundamentalmente a nosotros: Para caminar por el camino de la fe no debes apoyarte en la razón, sino en todo lo bueno que sale del corazón, porque es allí donde habla el Espíritu Santo de Dios. Parece que Pedro lo comprendió, ¿por qué no lo comprenden los que se llaman cristianos?
Tomás, uno de los Doce, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: ¡Hemos visto al Señor!. El los respondió: Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré. Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas se puso en medio de ellos y les dijo: ¡La paz esté con ustedes!. Luego le dijo a Tomás: Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe. Tomás respondió: ¡Señor mío y Dios mío!. Jesús le dijo: Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!. Jn 20.24-29
La fe de Tomás hoy la podemos comparar con el racionalismo, porque lo que para él fueron los sentidos, por nuestra cultura, hoy lo es la razón.
Cuando Jesús le responde a Tomás nos está diciendo a nosotros: Felices los que creen sin haber visto y tienen el corazón puro porque verán a Dios. Jn 20.29; Mt 5.8
Esta promesa de Jesús comienza a concretarse ya desde aquí y ahora por la fe; y por medio de su crecimiento, su manifestación se va haciendo un reflejo cada vez más fiel de su gloria, por la acción del Señor, que es Espíritu. 2Cor 3.18
Nuestro camino espiritual es un camino de crecimiento en la fe por medio del crecimiento en el amor.
Fe es la respuesta del hombre a la revelación de Dios (Rom 16.25) a través de la predicación (Rom 10.17). Es la sumisión total de la inteligencia y voluntad al Dios que revela.
En la fe, la inteligencia y la voluntad humana cooperan con la Gracia divina. Se alimenta con la lectura de la Palabra, la Eucaristía y la oración. Y crece y se afirma con el testimonio propio y ajeno.
El testimonio es implícito por la coherencia entre palabras y hechos (Tit 1.16) y explícito, por la glorificación a Dios a través de la manifestación de lo que El ha hecho en mi vida: Evangelio hecho carne en mi carne=testigo.
El motivo para creer no es que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas, sino por la autoridad de Dios mismo que revela y no puede engañarse ni engañarnos. Para que ella fuera coherente con la razón, Dios ha querido los auxilios en el corazón del Espíritu Santo, acompañados con pruebas: los milagros, las profecías, la propagación y santidad de la Iglesia; su fecundidad y estabilidad.
“La certeza que da la luz divina es mayor que la luz de la razón natural”. S. Tomás de Aquino
Por la fe se cree y por la catequesis se adquieren los conocimientos para dar una explicación racional y doctrinal.
Es inherente a la fe que el creyente desee conocer mejor a Aquel en quien ha puesto su fe, y comprender mejor lo que le ha sido revelado. Un conocimiento más profundo suscitará a su vez una fe mayor, cada vez más encendida de amor. La Gracia de la fe ilumina los corazones (Ef 1.18). Así, según el adagio de S. Agustín: creo para comprender y comprendo para creer mejor.
Quién con espíritu humilde y ánimo constante se esfuerza por escrutar lo escondido de las cosas, aún sin saberlo, está como guiado por la mano de Dios.
La fe que Jesús exigió a los apóstoles la acompañó con toda clase de milagros, signos y prodigios, hasta con la resurrección de los muertos: Pedro hizo salir a todos afuera, se puso de rodillas y comenzó a orar. Volviéndose luego al cadáver, dijo: Tabitá, levántate. Ella abrió los ojos y al ver a Pedro se incorporó. El la tomó de la mano y la hizo levantar. Hch 9.40-41
Jesús hoy nos sigue diciendo: Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán. Mc 16.17-18
Si ni siquiera los católicos que somos el depósito de la verdad revelada, creemos esta Palabra de Dios, por el racionalismo, fruto del orgullo que la niega, ¿qué se podría esperar del resto de los cristianos, donde Jesús dice?: Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores. Jn 14.12. De hecho lo hacemos pasar por mentiroso.
Sin considerar a Jesús que como persona humana es el mayor milagro de Dios, y la Eucaristía, como el mayor milagro de Jesús; el más grande de sus milagros es la resurrección de los muertos, que repitió Pedro con Tabitá. ¿Más grande que éste?
Esto no es solamente la afirmación de una verdad, todavía desconocida en su manifestación, sino que también es un desafío y una profecía que se cumplirá.
¡Pobres hijos míos, cuan insensatos son, cuan ciegos están! ¡Cómo el demonio ha sabido atraparlos! Han llegado a una ceguera tan grande por no habernos escuchado a Jesús ni a mí ¡Se han dejado seducir tan solo por sí mismos, por su inteligencia, por su soberbia y así se han prestado al juego de Satanás!. Mensaje de la Virgen al P. Gobbi (1-8-73)
Dice Jesús*: El racionalista pone las cosas de Dios al servicio de sus fines, no a sí mismo a su servicio. Doblega, explica, utiliza la Palabra a la luz, pobre luz, de su mente turbada y, como un loco que ya no conoce el valor de las cosas ni de las palabras, les da interpretaciones que solo pueden salir de uno que las ha esterilizado por el astutísimo obrar de Satanás. Los humanamente cultos no niegan a Dios, pero ponen una espesura de erudición humana sobre la sencillez divina, que se ha hecho tal para que la luz del amor puedan entenderla hasta los más humildes. Se visten como pavos reales orgullosos de su plumaje, y como estos son hermosos solo en apariencia: no saben caminar; no saben cantar en el camino y en las alabanzas del Señor.
Les falta el amor que es el nervio del ala para volar hacia Dios y que es la cuerda de la cítara para bendecir a Dios. La Palabra desciende sobre ellos y echa raíces, pero después muere porque la cubren y ahogan bajo las hojas.
¿Sabes cómo oyen la Palabra? Como uno que oiga a otro hablar en un idioma desconocido para él. Su demasiada erudición crea una Babel en él. Por su demasiado saber no aceptan las luces, tan sencillas y puras, que Dios ha puesto para que el hombre vea el camino que lo lleva al Padre. Y se convierten en Babel y tinieblas para los demás.
También están los que han llenado su corazón con las piedras del racionalismo de los demás, para hacerlo menos ignorante. Son los adoradores de los ídolos humanos. No saben adorar a Dios con todo su corazón, pero saben extasiarse ante un pobre hombre que se presenta como superhombre. Con su desconfianza cierran la puerta al Verbo divino, pero aceptan las explicaciones de un semejante a ellos que tengan fama de entendido.
*Páginas 450 452 del libro Los Cuadernos 1943 de la mística María Valtorta, Centro Editorale Valtortiano, Italia
Quieren ser cultos y superhombres, y comen el primer alimento que ven. Es la voz de la Serpiente: «Comed este fruto y seréis semejante a Dios». Y estos, en su ignorancia, comen.
Uno es el fruto que os convierte en dioses: El que pende de mi Cruz.
Uno es el que dice a vuestras mentes: “Effetá” (Ábrete). Cristo
Uno es quien fecunda el místico suelo de vuestro corazón para que nazca la semilla; Mi Sangre.
Uno es el sol que calienta y hace crecer en vosotros la espiga de vida eterna: El Amor.
Una es la ciencia que con arado abre y prepara vuestro terreno y dispone para recibir la semilla: Mi Ciencia.
Uno es el Maestro: Yo, Cristo. Venid a Mí si queréis ser instruidos en la Verdad.
Por último están los imprudentes, son como caminos abiertos por los que pasan de todo. No se rodean con un santo muro de fe y fidelidad a Dios. Escuchan la Palabra con mucha alegría, la reciben, pero también reciben cualquier doctrina con el engañoso pretexto de que hay que ser condescendientes. Sí, muy condescendientes con los hermanos. No despreciar a nadie, pero rígidos con las cosas de Dios.
Orad por estos hermanos, instruidles, perdonadles, defendedles de si mismos con un verdadero amor sobre natural, pero no os hagáis cómplices de sus errores.
Si la fe es la convicción de lo que se espera, fundada en la plena certeza de las realidades que no se ven (Heb 11.1), la razón no puede abarcar el misterio de la fe y comprender sus derivaciones. La fe revela que lo visible proviene de lo invisible. Si el racionalismo busca en si mismo abarcar o comprender lo invisible, solo se queda en lo que ve y comprende: «pienso, luego existo».
Aquí se ve claramente que para la razón, la existencia se materializa o se hace real a partir del pensamiento, ¡sin embargo, cuantas cosas existen escapando al pensamiento del hombre y a pesar de él!
Querer llevar una vida de fe en Dios, a partir de la razón o de doctrinas racionalistas es como querer sintonizar un televisor sin la señal correspondiente.
Dios es espíritu y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y verdad. Jn 4.24. Solo se puede seguir a Dios con algo más que la simple razón, sino que además, con todo el cuerpo, toda el alma, toda la mente y todo el corazón. Y es allí, en el corazón donde anidan las razones que la razón no puede comprender.
Es tan así que en la santa Biblia, Dios le habla más de mil veces al corazón del hombre, y nunca a la mente.
Pensar con el corazón*
Cireno: “Señor, no consigo pensar con el corazón, porque desde mi juventud me he acostumbrado a pensar con la cabeza. Me parece casi imposible pensar con el corazón. ¿Qué tenemos que hacer para lograrlo?”.
Responde el Señor: “Es fácil y muy natural. Todo lo que puedas o quieras pensar con tu cerebro, viene primero del corazón. Pues cada pensamiento, por ínfimo que sea, ha de tener primero un estímulo que lo haya provocado. Una vez que el pensamiento ha sido estimulado y producido en el corazón por alguna causa, entonces sube al cerebro para que el alma lo pueda contemplar y pueda mover adecuadamente los miembros del cuerpo. De esta manera el pensamiento puede manifestarse enseguida como palabra o acción. Es totalmente imposible que el hombre pueda pensar únicamente con la cabeza… Pues un pensamiento es una creación puramente espiritual; por lo tanto no puede formarse sino en el espíritu del hombre que mora en el corazón del alma, desde donde vivifica a toda la persona. Entonces, ¿cómo podría desarrollarse nunca una creación a partir de la materia que, por sutil que sea, siempre puede pensar únicamente con la cabeza?”.
Responde Cirenio: “Señor, ¡ya lo siento vivamente en mí! Pero ¿cómo sucede esto? Ahora tengo la sensación que siempre he pensado sólo con el corazón… ¡Cosa más extraña! ¿Cómo es eso? Ahora tengo la impresión que siento las palabras en el corazón, y además como palabras pronunciadas… Ya ni me puedo imaginar que sea posible construir un pensamiento en la cabeza”.
Responde el Señor: “Es la consecuencia absolutamente natural de tu espíritu en el corazón que se está despertando más y más, y al fin y al cabo es el amor hacia Mí, y a través de Mí hacia todos los hombres. En el caso de las personas en las que este amor no se ha despertado todavía, los pensamientos también se forman en el corazón, pero como este es aun demasiado materialista, no son percibidos; sí lo son en el cerebro, donde los pensamientos del corazón toman forma de imágenes. Es decir, se vuelven más materiales, preparando el impulso para iniciar la acción pendiente. En el cerebro los pensamientos se mezclan con las imágenes provenientes del mundo exterior que, a través de los sentidos exteriores del cuerpo, se han grabado en su memoria. Influidos de esta manera, los pensamientos se vuelven materialistas a los ojos del alma y degeneran, de modo que hay que considerarlos necesariamente como el motivo de las acciones malvadas de los seres humanos. Por eso es por lo que todo hombre ante todo debe renacer en el corazón y desde ahí, en el espíritu, ¡de lo contrario no podrá entrar en el Reino de Dios!”.
* Extraído de pág. 90 del libro “El Evangelio de Juan 2” escrito por el místico Jakob Lorber.